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El amor de mi vida ha tenido nombres distintos. He conocido hombres maravillosos capaces de hacerme sentirme única. El amor de mi vida ha tenido muchas caras y rostros insólitos, colores, olores dispares y vestidos de seda para deslumbrarme.

Quizás porque el amor tiene la capacidad a veces de idealizar al otro, quizás porque cuando empezamos amar conocemos muy poco de nosotros mismos como para saber profundizar en el resto de personas y solo por eso vemos una parte de esa singular realidad. Durante mucho tiempo esperé que ese amor me dijera lo maravillosa que era, durante mucho tiempo creí que era el otro quien tenia que verme. Ingenua vanidad que ciega, canalla ingenuidad que confunde nuestro ser.

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No se trata de la cantidad de amantes que tengamos, no se trata de la medida justa que espero que vea el otro en mí, o de que no me entienda lo suficiente. Va mucho más allá de la persona que está a nuestro lado. Se trata del valor que yo me doy y de saber quién soy yo realmente. ¿Cómo van a ver quiénes somos? Si ni siquiera nos hemos parado hacernos esa pregunta nosotros mismos, la mayoría no lo sabemos. ¿Cómo van a satisfacer nuestras demandas? Si ni siquiera sabemos que es lo que necesitamos, lo que nos mueve, lo que nos llena. No es el otro, eres tú. Es la forma que tenemos de llegar a nuestro propio corazón lo que nos atemoriza. Quitarnos todas esas capas que nos han puesto, que nos han dicho que somos o deberíamos ser.  Sin dar lugar a nuestro verdadero ser, que se muere por que lo escuchemos y atendamos.

Cuando te paras, cuando te miras con cariño, cuando entiendes que solo tu puedes darte eso que tanto anhelas y eres capaz de honrar lo que hay dentro de ti. Puedes declarar que el primer amor y más importante eres tú mismo/a. Sin ese no puede existir ningún otro y solo cuando estas preparado para reconocerte con tus virtudes y defectos podrás encontrar personas que puedan amarte.

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